texto para la muestra «el otro arquitecto» en galería Monoambiente. octubre 2016.
M777, 1999-2005.
M777 fue un experimento de trabajo colectivo lanzado en varias direcciones y enmarcado por fuertes acontecimientos históricos locales y globales.
1999: Su punto de partida metodológico tenía que ver con el común interés en desarrollar e investigar la arquitectura y lo urbano, una formación en arquitectura en la UBA, su obstáculo metodológico era que ni la investigación académica se adecuaba a las exigencias de la vertiginosa crisis en la que el país se venía sumergiendo, ni la práctica tradicional de la arquitectura podía traducir o articular las inéditas y desesperadas condiciones de producción y las contradicciones que se multiplicaban.
2000: la crisis era tan evidente en el país que la misma palabra crisis apenas alcanzaba para describir la percepción que se tenía del desmoronamiento; desestabilización de unos parámetros que parecían haber estado siempre allí como condiciones de la sensibilidad y el pensamiento, no sabíamos bien qué pensar sobre lo que pasaba, pero tampoco sabíamos cómo pensarlo.
2001: el mundo volvía a ser peligroso después de los mercantiles 90´s. Los marcos en que se inscribía la crisis se hacían patentes, pero nada nos decían sobre que dirección tomar: la caída de las torres, el comienzo de una era de securitización y guerra civil planetaria. En 20 años pasamos de la idea fantasmal de revolución como marco de transformación del mundo, a la transformación real del mundo en una democracia liberal parlamentaria omnipresente que hace sistema con un terrorismo difuso y doblemente fantasmal.
Diciembre 2001: el desfondamiento del Estado tal como lo conocíamos. Por momentos la realidad soberana del país parecía suspendida, la miseria se extendía, pero también la toma de las calles, las plazas y los puentes.
Vivíamos, sin percibirlo, el comienzo de la mayor transformación rural de nuestro país, la ciudad por lo tanto ya no sería la misma; la violencia sistemática a los ecosistemas apenas podía ser sospechada, pero en el caso de nuestros hábitos de pensamiento urbanísticos y arquitectónicos la ceguera era casi total.
2002: por una breve lapso sin embargo, todo parecía posible. Bajo las peores condiciones socio-políticas nunca las calles fueron tan públicas, quizás porque nunca la incertidumbre fue tan reconocida como punto de partida. Era palpable que aquel espacio homogéneo y omnipresente con el que nos educamos los arquitectos ya no era tal, o que siempre había sido una ilusión o mera ideología; que eran las formas de tomarlo y habitarlo las que producían espacios, en plural; eran las oposiciones y las líneas de fuga las que los fabricaban. Estos espacios eran más bien mundos circundantes sin una trama orgánica que los articulara. Si el Estado no podía mantener la continuidad de las infraestructuras, de los mantenimientos, de las mediciones (completamente desarticuladas por las desregulaciones y desnacionalizaciones de los 90), no podía pretender que el espacio sea homogéneo, simultáneo y real como lo enunciaban sus leyes, que sea uno
¿dónde estábamos viviendo?
Las fronteras políticas estaban siendo permeadas por flujos incontrolables, eran estos los capitales financieros globales o las catástrofes ecosistémicas que nosotros mismos estábamos fabricando?
Ignacio Lewkowicz, lo planteaba en estos términos junto al Grupo de Reflexión Rural en el año 2002:
“la crisis actual no revela un impasse sino un funcionamiento determinado. Si el devenir no reglado es la temporalidad actual, la noción de crisis como interrupción tal vez complique la posibilidad de pensar la actualidad. ¿Por qué? Porque hoy la crisis no es ni impasse ni coyuntura sino funcionamiento efectivo. Ahora bien, investigar la crisis actual implica investigar cuáles son las operaciones de pensamiento capaces de operar en la crisis”.
“la catástrofe estatal sucede en un horizonte estructural; la catástrofe post-estatal transcurre en un medio fluido, disperso, imprevisto… No es la interrupción local o general de un funcionamiento sino la estabilización de la catástrofe como condición general y primera”.
La situación a la que nos enfrentamos como colectivo, confusa y urgente en su momento, hoy es cada vez más clara: investigar cuáles eran las operaciones de pensamiento capaces de operar en aquella crisis, que era una catástrofe permanente, y que era en consecuencia una catástrofe de la práctica y el pensamiento de la arquitectura.
El juego Inundación! tenía como hipótesis que la crisis de representación política, el “que se vayan todos” no se originaba tanto en un problema del mal funcionamiento del sistema político, la corrupción, la infrarepresentación, la autonomización de la clase política, sino en un vínculo más estructural y menos visible, la relación entre la técnica y la política.
La devastación ecosistémica y social y sus incipientes consecuencias hacía visible que la determinación tecno-económica de la política, el canto de la sirena de los 90´s, era en realidad una determinación política, la relación entre técnica y política tenía que ser expuesta y criticada, puesta en juego. El escenario de ese juego no era una ciudad planificable sino una ciudad de catástrofe climática a ser performada. Al pacto de seriedad entre tecnócratas y políticos había que responderles con un humor aún más serio, un humor técnico con implicancias políticas.
En diciembre de 2015, luego del ataque terrorista al teatro Bataclán en París, Giorgio Agamben escribía en Le Monde un artículo cuyo título es DEL ESTADO DE DERECHO AL ESTADO DE SEGURIDAD, donde se traza una brevísima genealogía del concepto y la práctica de la “seguridad”:
“Ya Foucault había mostrado que, cuando la palabra «seguridad» aparece por primera vez en Francia en el discurso político con los gobiernos fisiócratas antes de la Revolución, no se trataba de prevenir las catástrofes y las hambrunas, sino de dejarlas advenir para poder a continuación gobernarlas y orientarlas a una dirección que se estimaba beneficiosa.
De igual modo, la seguridad que está en cuestión hoy no apunta a prevenir los actos de terrorismo (lo cual es, por lo demás, extremadamente difícil, si no imposible, porque las medidas de seguridad sólo son eficaces después del golpe, y el terrorismo es, por definición, una serie de primeros golpes), sino a establecer una nueva relación con los hombres, que es la de un control generalizado”.
Vemos entonces un despliegue del concepto de catástrofe, que en 2002 Lewkowicz caracterizaba como condición estable y primera y que Agamben ya puede describir como técnica de gobierno, desplazando al mismo tiempo a los técnicos (los fisiócratas como figura ejemplar del técnico de Estado) desde el modelo de problema/solución o catástrofe/prevención hacia el de control y gobierno a posteriori.
“La palabra «seguridad» ha entrado tanto en el discurso político que se puede decir, sin temor a equivocarse, que las «razones de seguridad» han tomado el lugar de aquello que se llamaba, en otro tiempo, la «razón de Estado».
Desde el paradigma del Estado Racional (el Estado Modernista) pasamos a un Estado de Seguridad cada vez más presente, como por ejemplo en la cuestión de la Inundación. Pienso que las preguntas que hacía el Juego siguen aún abiertas y son hoy más difíciles de contestar, preguntas que fueron hechas para los técnicos de la planificación y la Arquitectura.
El archivo Geopolio parte de la relampagueante visión de un Estado, el Argentino, en disolución y plantea la pregunta: qué pasa con el espacio si se disuelve un Estado? Qué pasa con el espacio si pasamos del esquema sólido y estructural que provee el Estado a uno líquido e incierto de los capitales financieros y las catástrofes ambientales? Qué pasa con el espacio si la soberanía, el antiguo reino de las fronteras, es permeado por tecnologías y meteoros? No es el Estado mediante sus dispositivos militares y jurídicos el que produce el espacio contra la idea de es en el espacio que se construye un Estado?
¿Es posible alguna operatoria de diseño y planificación ante la disolución del Espacio/Estado? o son meras operaciones de estrategia situacional con beneficiarios puntuales y circunstanciales?
¿Es posible leer la geopolítica desde la arquitectura?
Si el espacio no puede ser una categoría a priori, homogénea y universal, pensábamos, entonces hay otros modelos que el del espacio continuo y el del espacio nacional delimitado por líneas fronteras, hay otras formas de consistencia que las espaciales u otras configuraciones mas complejas de los elementos morfológicos conocidos.
Fue una constatación de la precariedad de las categorías con las que pensábamos. Imaginamos entonces que si la crisis general potenciaba esta precariedad conceptual de base esto iba a afectar completamente al entorno construido. Eso no sólo no pasó, sino que vivimos una década larga de construcción y urbanización, de producción espacial, pero, fue realmente una “normalización” o fue parte del viaje hacia lo desconocido?
La inmensa redefinición violenta de los territorios, de las fronteras, de las ciudades y el campo, de las que la arquitectura y el urbanismo son parte, y que comienza en 2001 por ponerle una fecha arbitraria de inicio, y que va desde Paquistán al ex Reino Unido o desde Tijuana a Buenos Aires, y que transforma a millones de personas en “ciudadanos” sin país de origen ni de destino, sigue requiriendo una crítica de la categoría de espacio y de su relación con la política por fuera del ensimismamiento de la investigación académica y de la compulsión constructiva de la práctica
Lejos estamos de habernos librado del estado de catástrofe- que hoy lleva nombres oficiales como antropoceno o terrorismo global, crisis energética, etc. La electricidad en nuestras casas nunca dejó de ser la inundación producida río arriba por medios técnicos. Desde el año 2000 en que emprendimos el proceso de pensamiento y crítica que fue Inundación! las inundaciones no sólo no han mermado, mucho menos se han “solucionado” sino que son una realidad cada vez más compleja, pero también más concreta, una catástrofe permanente; cada grano de soja, transformado en biocombustible, en mera proteína, en renta o subsidio al consumo, en componente del PBI, son la inundación.
Pio Torroja, 21 de septiembre de 2016.